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:: Pelota de trapo (Leopoldo Torres Ríos, 1948)

Aguanten lo’ trapo’


“Para los que en el pelado baldío dejaron correr libremente su niñez sudorosa y despeinada, para quienes ya con las cabezas escarchadas conservan en la vuelta de la oreja un cachito de tierra del potrero, para ellos esta película.
Para la madre que encaneció prematuramente en su lucha contra la miseria. Para la que soporto con estoicismo y aferrada a una secreta esperanza las quejas de los vecinos y del vigilante, para ella esta película.”


Esta estrofa da por iniciada la película. Voz que encarna una declaración de principios, pero también una búsqueda en la identificación del espectador, en su memoria emotiva . Sin dejar de lado, muy por el contrario, la cadencia tanguera, su gravedad y ternura de arrabal. Material para nada ajeno a Torres Ríos. Los tres berretines tango que suena y resuena en el film: tango, cine y fútbol, unión sentimental y nostálgica que encuadra esta historia.
Eduardo Díaz (Armando Bó), el Comeuñas , apodo que recibe desde purrete por su constante tic, es un habilidoso niño humilde que juega al fútbol con sus amigos del barrio con una pelota de trapo. Este niño esta amparado bajo el ala protectora y tolerante de una madre inmensa pero sin un padre presente, es apadrinado por Don Américo, que desde su lugar de padre declarado por él mismo (estilo ineludible del histórico melodrama argentino) lo estimula con el destino de jugador de la A y hasta burla al pequeño protagonista con potenciales titulares del diario llamándolo Comeuñas, hecho que, claro, se confirmará.
No resulta casual que este niño no tenga un padre real en la película y que reciba a uno que lo ayuda a realizar sus deseos. En nuestro país, la búsqueda de un paternalismo fuerte y protector que imponga una identidad perdida o nunca encontrada parece ser una constante reforzada en los procesos históricos de liderazgos varios. Y el fútbol, fiel reflejo de la construcción del país, no es ajeno a esta premisa más o menos implícita. Y por lo tanto, no lo son tampoco sus ordenamientos y discursos, aún los burlescos.
Todos estos niños de pelota de trapo miran, la ñata contra el vidrio, a la pelota de verdad, la de cuero, que vende Don Jacobo, personaje farsesco, en su tienda.
Así como la pelota de trapo connota la infancia pobre, pero también el talento más allá de los instrumentos, la pelota de cuero representa en la cabeza del Comeuñas y su equipo, una adultez superadora, y más precisamente, al fútbol en serio . El juego como carrera, como futuro, como deseo primero y primario. Sin ir más lejos, el jugar en primera. Y es aquí oportuno recordar la tantas veces repetida imagen del Maradona casi infantil, que jugaba aún en las inferiores, que declara al entrevistador casi tímidamente, que su sueño, su sueño es jugar en primera. Claro que esa imagen de: el Diego , vista en el después de la realización implica muchas otras cosas que un sueño juvenil. Implica que los sueños pueden ser realidad y aún más que ellos mismos. Que aún a un niño de Villa Fiorito el éxito no puede negársele. Por lo menos, en el universo del fútbol. Y de esta forma a todos, a cualquiera, a alguno. Pero no todos son laureles, porque ese es el precio que paga el héroe, este héroe criollo. Protagonista de la representación, de todo lo que el público le aclama, tropieza, cae, lleva en sus espaldas el peso de todos los sueños, la imposición de la gloria eterna. Y frente a esta cima imposible de conservar sin limites, la caída no puede, no debe ser sutil, debe ser como su escalada, estrepitosa. Situando su poder en sus piernas, este personaje semi-mitológico las pierde. Porque esas también son las reglas.
El Comeuñas, al preparar una rifa con sus amigos, consigue juntar el dinero para comprar la pelota de cuero. Felicidad que desde ya no puede ser total. Cuando se dirige a mostrarle a su amigo enfermo la nueva pelota, se entera que este acaba de morir. El primer éxito ya conlleva un dolor, una pérdida. Y a continuación, en el momento de la revisación médica de rutina para la firma del contrato de su consagración, de su llegada a la primera, el médico le encuentra una enfermedad del corazón (¿dónde más?) por la que debería dejar el fútbol. Un año de vida a lo sumo. Eduardo Díaz, el mismo Comeuñas, convence al médico para que calle su mal y le permita vivir, o jugar al fútbol, aunque sea mientras el corazón le aguante. Ocultándoles de su enfermedad a todos, este muchacho tierno se vuelve huraño y hosco. Rompe con Blanquita, su novia de siempre, sin darle explicación alguna. Aunque claro, ella continuara esperándolo y permanecerá a su lado sin dejar en ningún momento parte del núcleo familiar.
Su hermano Alfredo, que estudia medicina (que piensa en dejar la carrera para trabajar y traer dinero a la casa pero de lo que su hermano lo disuade diciéndole que siga con su realización personal más allá de cualquier dificultad) asiste a una clase dictada por el mismo médico que revisó a Eduardo y que utiliza su ejemplo sin nombrarlo directamente -uno de nuestros mejores jugadores- para referirse a la terrible enfermedad.
Es la semifinal del campeonato. Blanquita escucha por la radio el relato del partido y su resonancia cargada de imágenes. Juega para la Argentina, Eduardo Díaz, el Comeuñas. Es figura realizando dos de los tres goles del partido. Pero inexorablemente, cae desplomado en el suelo en el mismo festejo del gol de la victoria que le da a su equipo el pase a la final.
A Blanquita en la casa: Antes, que no tenía nada, nada más que el deseo de llegar, era feliz. Porque sin ser nada lo tenía todo. En cambio ahora....tengo todo lo que quería en la vida menos lo que quiero más...vos....que no te puedo tener porque te quiero demasiado. No existe sólo en esta estrofa una declaración de amor inalterable a Blanquita. Se desprende de ella la pérdida en el pasaje de la pelota de trapo a la profesional. Además y previo a la enfermedad ineludible que lo supera y arrastra el melodrama a la tragedia; La pérdida del deseo como motor de vida y como sostén al verse concretado.
Su hermano devela el misterio. Les informa a Don Américo y al presidente del club. El presidente le informa a Eduardo que no puede dejarlo jugar con su vida . El tango es Pelota de Trapo. Es Eduardo quien vuelve a patear la pelota de trapo de unos chicos que lo reconocen y rodean. Y pese a que no quieren dejarlo jugar en la final, la gente no deja de aclamarlo. Son los relatores radiales los que en su función de coro informan que el Comeuñas se retira del fútbol. Y Blanquita al escucharlo le pregunta al hermano Alfredo.
Claro que el protagonista quiere salir a la cancha. Al padre: A la Patria se la defiende de muchas maneras, y deportivamente es una de ellas. Y esa bandera es digna del mayor de los sacrificios.
Eduardo Díaz en el uniforme argentino, que es la misma piel de su heroísmo sale a la campo de juego a dar batalla en el último partido de mi vida . el disparo certero, el gol, la entrega a la tribuna que lo aclama. Tiro libre ejecutado por Diaz y gol. Sacrificio y coronación. Final de juego.
Esta noche quiero estar solo. El estadio vacío es recorrido por su mirada. Ve el arco, la ovación. La ausencia de su amigo muerto. Él mismo más cercano a su muerte, se encuentra despide de él, de su misma historia. Chau, flaco Ecos en off de sus voces de la infancia en el potrero. En el melodrama es Blanquita quien viene a abrazarlo, de la tragedia llegará el final.

Por Natalia Weiss (nataliaw@solocortos.com)
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