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:: Filmar la melancolía

Cuatro filmes de Patrice Leconte (*)

Melancolía: Tristeza, acompañada de nostalgia. Psiq. Enfermedad caracterizada por una depresión más o menos marcada, sentimiento de incapacidad y una especie de disgusto por la existencia. (COMPACT OCÉANO. DICCIONARIO ENCICLOPÉDICO)

O... Simplemente amar demasiado y no saber qué hacer con todo eso que crece y crece, hasta exceder la finitud y la comprensión humana. Caer en ese estado en que se funde la cálida inocencia, mezcla de sensualidad y promesa fatua. Hay más cosas en la tierra y en el cielo, Horacio, de las que tu filosofía pudo inventar... (1) el amor, el placer, el sexo, el existir... ¡qué misterio!

La rosa no buscaba la aurora: casi eterna en su ramo,
Buscaba otra cosa.

La melancolía es, tal vez, eso mismo: la búsqueda de otra cosa, y esa otra cosa como aquello que falta, el sin sentido de lo finito, un vacío, estando ese estado melancólico siempre a mitad de camino entre el fracaso y el triunfo, entre la dicha y el dolor, la felicidad y la falsa eternidad del momento. Empecemos entonces por decir que este director francés, nacido en 1947, y llamado Patrice Leconte, en los cuatro filmes elegidos, construye, como si de una trayectoria se tratase, esta idea de melancolía, encarnada en sus personajes, plasmando a través de la imagen, una atmósfera necesaria para seducir y enamorar como si de un lento veneno se tratase, solo que ese veneno lleva las letras de esa palabra tan cara llamada amor.

La rosa no buscaba ni ciencia ni sombra: confín de carne y sueño,
Buscaba otra cosa.

Cuatro filmes. MONSIEUR HIRE (1989), que en la Argentina se conoció como LA NOCHE ES MI ENEMIGA, sobre la novela de Georges Simenon “Les fiancailles de M. Hire”, en esencia un filme noir que se vuelve una mirada sobre el amor y la traición. Es en EL MARIDO DE LA PELUQUERA (Le mari de la coiffeuse, 1990) donde el sueño de un hombre, que tiene la mirada de un niño, despierta una pasión, de la que nace la incertidumbre que provoca la felicidad perfecta y soñada. Un francés, en EL PERFUME DE IVONNE (Le parfum d'Yvonne, 1993), a finales de los años 50’s, huye del alistamiento para la guerra de Argelia y termina atrapado en un decadente balneario, en cuyo clima irreal queda preso de una pasión por una exquisita joven, exquisita y cruel. Un excéntrico lanzador de cuchillos y una fracasada joven enamoradiza son el núcleo de la aventura y el desencuentro, el amor como una pieza que desafía cualquier lógica, me refiero a LA CHICA DEL PUENTE (La fille sur le pont, 1998).

Pero ¿cómo se construye esta idea de la melancolía? ¿Por qué estos cuatro filmes?. En el ¿cómo? se construye, están los elementos con los que Leconte plasma, narra, la melancolía, como si de un estudio sin necesidad de respuestas se tratase. La música, la fotografía, el rostro, el cuerpo, la figura de la mujer, la sensualidad, son los elementos con los que el director trabaja. El ¿por qué? de la elección de estos cuatro filmes yace en el recorrido invisible que se establece en el interior de ellos mismos, como atravesando distintos estadios, desde la frialdad casi minimalista del policial a la retórica de la poesía del blanco y negro, desde la muerte como final ante la duda o la certeza, hasta la salvación. Hay un vínculo desde LA NOCHE ES MI ENEMIGA a LA CHICA DEL PUENTE, un recorrido. Así, acorralado y traicionado, víctima de un amor obsesivo, el final de M. Hire – que vive la melancolía casi como una enfermedad – sólo puede ser trágico. Trágico también es el final de Mathilde, la peluquera soñada por Antoine, que teme que el amor soñado y perfecto se desmorone. En cuanto a Ivonne, prefiere mantener la vida que le ofrece ese momento irreal de su belleza y juventud, abandonando la nave de sueños de Victor. Son Adele y Gabor quienes se salvan uno a otro luego del exilio, la ruina, y la miseria. Entonces allí, cuando Adele rescata a Gabor del suicidio, el círculo se cierra.

La rosa no buscaba la rosa. Inmóvil por el cielo
Buscaba otra cosa.
(Casida de la Rosa. Federico García Lorca) (2)

La música. Fundamental. Destaca como elemento de conexión entre los personajes, deshojando un erotismo sensual. Elemento que sirve para que una danza oriental fascine a un cliente de 12 años (EL MARIDO...). Marca la repetición, recordándonos el peso de la rutina (LA NOCHE...) que deviene en soledad y repetición, desolación. Funciona como clima de ensueño en aquel lugar que como el país de los comedores de loto que visita Ulises, envuelve a los que prueban ese alimento en un estado de languidez y ensoñación, cuyo efecto es olvidar el hogar y desear permanecer allí (EL PERFUME...). Combinar lo sensual con lo circense (LA CHICA...), marcando los momentos en que logran una especie de orgasmo en eso que parece un juego, lanzar cuchillos, donde se les va la vida. El amor parece ser eso, donde se deja la vida, se busca lo otro. La música como elemento unificador, dando los sutiles contornos a la escenografía y caracterizando a los personajes, inyectándoles vida. Así los trabajos de Michael Nyman y Pascal Esteve, logran convertir una peluquería, un paseo por Turquía, un balneario o una habitación desde donde un voyeur construye sus sueños, en lugares exóticos y misteriosos. El placer en esa danza sensual, casi extraña, musical, sexual, de a dos.

La fotografía. Hay una plasticidad implícita en cada filme que le da una particularidad. El trabajo en EL PERFUME... es casi impresionista, como si un velo fantasmal cubriera ese lugar para el olvido. En EL MARIDO... hay una sencillez que permite una intimidad entre Mathilde y Antoine, donde esa peluquería se convierte en el ombligo del mundo. Mundo que se vuelve frío y desolador ante la frialdad minuciosa y exacta, casi minimalista del detalle con el que se rodea Monsieur Hire. Que quiebra el blanco y negro utilizado en LA CHICA... donde el viaje se vuelve un retorno, como una nostálgica foto de antaño sacudida por esos seres tan extraños. En todos los casos, la luz infiere ese estado de melancolía en que caen inmersos los personajes, títeres que parecen saber nada sobre vivir, y cuyos delgados hilos de vida son tan frágiles como una lágrima.

Los personajes de Leconte, no luchan contra un conflicto, sino contra la emoción de una vida, de toda la vida.

“... La resistencia hace mas dulce la rendición.”
(Padre de Antoine/Roland Bertin. El marido de la peluquera)

El rostro. Es el rostro de los protagonistas, Michael Blanc (M.Hire), Jean Rochefort (Antoine), Hippolyte Girardot (Victor), Daniel Auteil (Gabor), un mosaico de expresiones, nunca de contradicciones, que hablan a través de la mirada, pero allí no está el enigma, sí la inocencia. Son los hombres los encargados de llevar en su rostro el mapa que el espectador debe recorrer para llegar a la compleja construcción del alma femenina, el mapa de un tesoro, allí donde está el enigma, un enigma que nunca se devela. Así la dureza y frialdad de M. Hire nos hace dudar de su culpabilidad frente al brutal asesinato, hasta nos situamos en el lugar del policía, nos molesta su voyeurismo, pero finalmente nos sorprende su entrega, su estoicismo frente a la derrota, frente a la traición, frente a su soledad. Es Antoine el mapa del niño que deviene en adulto para disfrutar sin culpa del placer de concretar su sueño. El placer por el placer mismo, dedicarse por completo, sin excusas banales. Es Victor quién con su mirada melancólica del observador que no se deja embriagar sufre la traición de sus propios sueños frente a la realidad que no quiere ver. Es en esos rostros donde se refleja la mirada melancólica, ebria ya de placer y dolor.

“... Los amantes son como los asesinos, siempre vuelven.”.
(René/Jean Pierre Marielle. El perfume de Ivonne)

Hay un misterio que rodea a los personajes, como una niebla, envolviéndolos. La mínima trama policial sirve de telón para que Monsieur Hire devele su pasión hacia esa mujer que promete lo imposible, para luego traicionarlo, y el sublime acto último de ofrecer su vida como epílogo a su desencanto. Es ese estado melancólico, un río donde se ahogan los sueños, un lugar misterioso y lejano, que Leconte parece encontrar unido a la esencia de la mujer, como un perfume, el de Ivonne, que invita a comer a su amante el fruto del olvido, o dónde el último acto de amor de Mathilde es no aceptar lo finito del ser humano, carecer de fe o tenerla ciegamente, como Gabor, que espera a su amada, entre la ruina y el exilio, para, a fin de cuentas, seguir sin resolver el enigma. Solo nos queda un dulce sabor a fracaso. Una incertidumbre. Un enigma. Es que la melancolía lleva nombre de mujer.

“... Cuando era niña me decía a mi misma que la vida comenzaría cuando hiciera el amor...”
(Adele/Vanesa Paradis. La chica del puente)

Mujer, criatura fatal...

“... El hombre salió de un puñado de barro y agua. ¿Por qué una mujer no habría de estar hecha de rocío, vapores terrestres y rayos de luz, de los condensados residuos de un arco iris? ¿Dónde reside lo posible...? ¿Dónde lo imposible?”.
(El Diablo Enamorado. Jacques Cazzotte)

Cuatro mujeres. Sandrine Bommaire (el ideal de M.Hire), Anna Galiena (la voluptuosidad y sutileza de Mathilde), Sandra Majani (la falsa inocencia de Ivonne), Vanesa Paradis (el instinto a flor de piel de Adele). Que seducen con su mirada, con su andar. Si el rostro es en los hombres el mapa de la complacencia, es en ellas, en las formas de sus pechos, en la humedad de sus labios, en la frescura de la piel, que conmueve con su erotismo insinuado, donde respira el misterio, el origen de todo, el único enigma. Es en su belleza donde se concreta la crueldad que provoca ese estado melancólico, casi enfermizo. En ellas reside lo imposible. Allí es donde se prueba el bocado mas delicioso. Allí reside la contradicción. La provocación en estado puro. Suave, sensual, desbordado. La necesidad de lo otro, una búsqueda inspirada en lo insondable de su ser, porque, después de todo, allí habita la eternidad.

(1) Shakesperare, W., Hamlet, Edición bilingüe del Instituto Shakespeare dirigida por Manuel A. Conejero. CATEDRA. Letras universales. Octava edición. 1999.
(2) García Lorca, F., Antología poética, Dirección y selección de Ernesto Sábato. Editorial Losada. Primera edición. Mayo 1998.

(*) Artículo publicado originariamente en el número 47 de www.psyche-navegante.com


Por Christian Busquier (editorial@solocortos.com)
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